Edward Bach nació el 24 de septiembre de 1886 en Moseley, un pueblo
enclavado en el verde campo de Galles, Inglaterra. Curioso y reflexivo,
al pequeño Edward le gustaba perderse silenciosamente en la observación
de la naturaleza que lo rodeaba, y nos gusta pensar que desde entonces
se quedara como escuchando las mil voces misteriosas de los árboles, de
las flores, de los arroyos que aún hoy atraviesan su tierra. Voces que
le hablaban de equilibrio, serenidad y belleza.
Su decisión de ser médico, para ocuparse del sufrimiento de los seres
humanos, fue precoz. Estudió en la cercana universidad de Birmingham, se
recibió en 1912 e inició su práctica clínica en Londres. Los primeros
años de trabajo estuvieron caracterizados por un gran entusiasmo y por
el deseo, que nunca abandonó, de hacer aún más cosas, de ir más allá,
experimentando nuevos caminos. El niño curioso y reflexivo se había
vuelto un adulto que seguía observando el mundo y haciéndose mil
preguntas, sin desalentarse, aún cuando no encontraba las respuestas.
El joven médico pensaba que la medicina tradicional fuese demasiado
mecánica. Una ciencia incapaz de tomar en consideración el ser humano en
su entereza. El hombre no es una máquina, con engranajes que van
lubrificados y sustituidos, el hombre es un ser complejo en el que la
mente y el cuerpo no pueden tomarse por separado, en el que cada
singular aparato se relaciona con todo el resto. Cada hombre tiene su
historia, emociones, sensaciones, sueños y necesidades que no se pueden
ignorar. Y sin embargo la atención de sus colegas y del mundo académico
estaba siempre dirigida sólo a la enfermedad.
Para Bach no quedaban dudas: lo que debía ser curado era el ser humano
en su complejidad. No era suficiente conformarse con taponar los
síntomas.
Después de un año en el reparto de cirugía del Hospital de la University
College de Londres, el joven Bach decide pasar a la inmunología. Sus
estudios lo llevaron a descubrir en el estómago de algunos enfermos
crónicos, un tipo particular de bacterias que estaban casi ausentes en
el organismo de las personas sanas. Al final de esta investigación
consiguió producir una vacuna que obtuvo óptimos resultados.
Absolutamente absorbido por sus estudios, Bach se preocupaba poco por su
propia salud. Esto podría parecer un contrasentido, mas no es raro,
estudiando la vida de los grandes personajes, observar en ellos aquellos
errores que luego habrían descubierto y corregido. Tal vez es justo esta
capacidad para equivocarse y aprender de los propios yerros lo que los
vuelve realmente "grandes".
En julio de 1917, después de años de trabajo duro a causa de la Primera
Guerra Mundial, Bach fue operado de urgencia. El diagnóstico es terrible:
le dan sólo tres meses de vida a causa de un tumor en el bazo, ya
extendido. De frente a la perspectiva de una muerte inminente, Bach
reaccionó como cualquier otro ser humano: cayó en una profunda depresión,
de la cual salió alimentándose de energías inesperadas. Si tenía que
morir, no había tiempo que perder, tenía muchas cosas para hacer, tenía
que estudiar y experimentar.
Se concentró en el trabajo. Pasaron tres meses, cuatro, cinco... sus
colegas lo miraban estupefactos. No sólo todavía estaba vivo, sino que
los análisis no dejaban lugar a dudas: su enfermedad estaba
retrocediendo. Bach descubrió así, a costa de sí mismo, que la energía
producida por una gran pasión era capaz de vencer cualquier negatividad.
Fue así que aquella que se había presentado como una tragedia, se volvió
el punto de partida para sus nuevas y fundamentales investigaciones, que
lo habrían llevado, años después, a la identificación de sus "remedios":
las hoy famosas Flores de Bach: cada una, con su propia
identidad, apunta a restituir energía al cuerpo y a la mente.
Sus intuiciones sin embargo no conseguían encontrar el camino para
llegar a una investigación sistematizada, esto es, práctica clínica
concreta. Fundamental fue la lectura del "Organón" de Samuel Hahnemann,
uno de los padres fundadores de la Homeopatía, quien como Bach, pensaba
que el paciente visto como persona fuese mucho más importante que la
enfermedad. Además, no usaba vacunas, curaba con hierbas, plantas,
metales y hasta con venenos, usados en dosis infinitesimales.
Gracias a la Homeopatía, Bach consiguió sistematizar sus propios
descubrimientos, llegando, junto a su colega Paterson, a la preparación
de nuevas vacunas, llamadas "nosodos", que aún hoy se aplican
homeopáticamente, sobre todo en la cura de algunas enfermedades crónicas.
Prosiguiendo con estos estudios, dividió las bacterias responsables de
estas enfermedades en siete grupos, y fiel a su idea de poner al hombre,
esto es el paciente, en el centro de la investigación, empezó a estudiar
las características comunes de las personas che necesitaban la misma
vacuna. Resultaron siete perfiles psicológicos diferentes. Bach empezó
entonces a hacerse una pregunta revolucionaria para aquella época: y si
fuese la índole, el estado de ánimo, el que provocaba la enfermedad?
Esta pregunta sentaría las bases para sus estudios sucesivos, aquellos
que lo habrían llevado a la identificación de sus extraordinarios "remedios".
Decidió abandonar entonces su estudio médico de Londres para dedicarse
completamente a la Investigación de un nuevo método de cura, totalmente
basado en el estudio del alma humana.
En 1922 volvió a Galles, a su amada campiña. Sus vacunas, los "nosodos",
se iban perfeccionando y funcionaban, pero no con todos sus pacientes, y
a veces las enfermedades, después de un período de regresión, se volvían
a presentar. Además, los nosodos, eran todavía producidos por bacterias
obtenidas de los intestinos de personas enfermas: no todos aceptaban esa
cura. Durante sus largos paseos inmergido en la naturaleza, Bach llegó a
recoger e identificar los dos primeros remedios: Mimulus e Impatiens.
Con estas flores preparó nuevos nosodos. Para elegir los pacientes
adaptos para recibir este método de cura se dejó guiar por su intuición,
buscando la semejanza entre la planta y el perfil psicológico del
paciente.
Mimulus, una flor que aparece frágil, fue subministrada a pacientes que
mostraban timidez, pequeños miedos. Impatiens, la flor "impulsiva", que
lanza lejos de sí sus propias semillas, fue subministrada a pacientes
más nerviosos y apurados. Los resultados fueron inmediatamente
satisfactorios. El camino estaba trazado.
El período sucesivo, y hasta 1932, lo vio pasar horas y horas en estado
de contemplación de las plantas de su infancia, con la intención de "entender"
a las flores, estudiando sus aspectos y características. Llegó así a la
identificación de las primeras doce flores. El método funcionaba, pero
aún una vez más, no con todos los pacientes. Edward Bach decidió
entonces profundizar los conocimientos del alma humana, buscando las
miles sutilezas posibles que hacen de cada hombre un ser diferente de
todos los demàs. Las emociones negativas fundamentales habían sido
identificadas, el miedo, el terror, el pánico, la actitud mental que
lleva a torturarse, a rumiar los pensamientos, la indecisión, la
indiferencia y el aburrimiento que llevan a no amar más la vida, la
intromisión, la debilidad y la poca estima por sí mismo y por las
propias capacidades, la impaciencia, la soledad, el entusiasmo
devastador... cada uno de estos sentimientos debía ser ulteriormente
analizado. El miedo, por ejemplo, podía concentrarse sobre algo preciso
como la muerte o la enfermedad, pero también hacerlo en forma vaga,
indeterminada. Había mucho camino por recorrer...
Bach recomenzó su investigación y la concluyó en 1935, con la
identificación de 38 remedios que aún hoy forman la estructura de su
método de cura. Al mismo tiempo se ocupó de divulgar lo que había
descubierto. Trató de enseñarlo a sus colegas, y esto le procuró no
pocos problemas con los representantes más conservadores de la clase
médica. Tal vez fue por ello que pidió ser cancelado de la Orden de los
Médicos, declarando que quería ser considerado solo un herboristero.
Murió durante el sueño, en su casa de Mount Vernon, en el Sussex, hoy
sede del Bach Centre. Era el 27 de noviembre de 1936, habían
transcurrido 19 años desde aquel diagnóstico de la medicina oficial, que
le había dado 3 meses de vida.
Edward Bach nos deja un método que luego de más de setenta anos sigue
difundiéndose y desarrollándose, y 3 simples libros: "Cúrate a ti mismo",
"Los doce curadores", y "Líbrate a ti mismo", que son todavía capaces de
iluminar nuestra vida.
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